El Periodista

Cuando fue a servir el cuarto vaso de whisky sucedieron varias cosas al tiempo; comenzó a llover, su celular se apagó, vino a su mente la repentina sensación, como de que alguien a esa hora en algún lugar del mundo lo evocaba con mucha fuerza. Se quitó los zapatos, dejó el vaso a medio llenar en la mesa del comedor, caminó hacia su habitación, corrió las cortinas y frente a la ciudad que a esa hora descansaba; suspiró, sin tener en sus dominios una razón que justificara el estado por el cual su espíritu se comportaba de manera extraña.

Hace poco cumplió cincuenta años, es un periodista exitoso que logró, -luego de padrinazgos oscuros- colocar sus opiniones en un marco que posibilita únicas y generalizadas interpretaciones del acontecer del país -o eso que debe saberse de la componenda patria en los medios de comunicación-.

La lluvia crea atmosferas sórdidas que se amplían con el silencio del lugar, sus pensamientos buscan razones que lo lleven a un territorio de tranquilidad con ese sentir inefable que él quiere otorgarle al hecho de que haya llegado a la mitad del siglo en un país que le propicia con sus tragedias y alegrías el sustento diario. Piensa en la estudiante de biología que conoció hace treinta años en ese diplomado sobre periodismo ambiental, cuando sus ideales eran más consecuentes con la ética de su carrera. Los alegatos íntimos que tienen lugar en los recovecos de su mente son elucubraciones de todo aquello que pudo pasar al lado de aquella mujer idealista. Quiere dormirse y someter sus ensoñaciones a los pocos recuerdos que le quedaron de la entonces compañera parcial de clases.

A las cuatro y media de la madrugada del día siguiente el periodista se dirige a la emisora en la camioneta blanco hielo que un gerente de los concesionarios de autos coreanos que pautan en su programa le regaló el año pasado. A pesar de sus esfuerzos no logró ningún sueño con la mujer evocada la noche anterior, mientras conduce su camioneta piensa que debería aprovechar su audiencia para encontrar a esa mujer, el periodista cree que todo lo que sucede en su cabeza hace parte de un renacer para su espíritu. Piensa que ella también lo recuerda y que sus recién cumplidos cincuenta años marcan la posibilidad de hacer algo diferente con su vida.

En la entrada del edificio donde funciona la emisora, una multitud de oyentes forma una fila enorme en espera de pases de cortesía para el concierto de Cold Play. ¿Es posible que ella este entre la multitud? el periodista no aparca en el sótano del edificio, deja su camioneta a unos metros de la fila de los fanáticos del grupo inglés, la gente que lo reconoce lo saluda entusiasta, algunos salen de la fila, el periodista ingresa al edifico en una reacción involuntaria que lo hace ver como alguien huraño, como alguien que huye.

Años atrás, era inspirador y hasta placentero llegar a la emisora, hoy mientras reflexiona en las ultimas sensaciones y determinaciones de su cabeza siente que no quiere estar allí, no quiere escuchar, ni que lo escuchen, no quiere hacer parte de esa amalgama fétida a la cual ha entregado su libertad por más de veinticinco años. Piensa que ha vivido la mitad de su vida entre mentiras, un poco más de la mitad de su existencia ha estado hablando para el lado de quienes llevan las riendas de este país. Se siente títere y titiritero, en el pasillo que conduce a la cabina de radio comienza a buscar señales hasta en el aire, un señuelo, algo que le cambie el rumbo a sus pasos, una palabra, una imagen, un sonido, una noticia, el rostro de la estudiante que surge de alguna parte para cambiar su destino.

El saludo para su audiencia fue diferente esa mañana, dejó los teléfonos abiertos para que la bióloga se contactara con la emisora y con él, el tema del día fue la posibilidad del reencuentro con la mujer de sus recientes recuerdos. Las opiniones, las entrevistas y las denuncias cotidianas quedaron relegadas durante las primeras horas de su programa, las llamadas de sus jefes no se hicieron esperar, los patrocinadores se quejaron con la gerencia de la emisora. Pronto la cabina se llenó de empleados nerviosos, mandos intermedios y fanáticos de Cold Play que buscaban sacarlo del aire. Ere vehemente cuando se lo proponía.

A las once y media de la mañana el periodista debió sentir la hostilidad en su ambiente, porque cuando termino de referirse a los cortos episodios de su vida al lado de la bióloga innombrable -hace ya tantos años - se levantó y dijo: “no hay peor engaño que el que se engaña a sí mismo, hoy decido dejar esta emisora para ir detrás de la mujer que ni siquiera sé si aún vive.” Y salió por entre miradas asombradas y liquidas.

De golpe todas las marcas de las empresas que pautaban salieron al aire como un potpurrí de necesidades y ofertas, los fanáticos se hicieron hostiles e iniciaron escaramuzas de desobediencia y cantos contra la emisora, contra el periodista, contra el presidente de la república. Todo fue caos en el edificio, en los lugares donde los radios amplificaron por algunas horas una realidad imposible en este país acostumbrado a noticias menos cursis.

Hoy el periodista es pescador en el golfo del morrosquillo, no tiene dientes y acostumbra preguntar a las turistas que se le parecen a la mujer de sus recuerdos: ¿es usted bióloga señorita?

(este cuento lo envié al concurso ese de RCN)